Después de volver, siempre viene conmigo.
Será que la sal y el andar amable de los caballos sueltos me contagia, y por eso me cuesta volver a vestirme, y camino más lento.
Será que la sal y el andar amable de los caballos sueltos me contagia, y por eso me cuesta volver a vestirme, y camino más lento.
Será que traigo el mar en las retinas, lleno de noctilucas y luna, y por eso no hay nada que me impida encontrar formas de olas en las nubes, ni detener esa constante, inútil y persistente felicidad de contar estrellas.
Quizás sea que me guardo el pueblo en un bolsillo del bolso, y al sacarlo acá... me encuentro la humildad que a veces me falta, dándome eso tan necesario de renuncia a lo efímero, dejándome despojada, necesitando nada. Austera y suelta.
Será que traigo la lógica absurda del arroyo. Entonces no sigo el cauce... doy vueltas y vueltas y vueltas, hasta lograr encontrar el curso natural.
O tal vez será que viajan hasta acá los colores:
el azul del fondo del cielo para tener horizonte,
el amarillo rabioso de las esquinas para seguir el camino,
y el multicolor calmo del atardecer, tan parecido a tu abrazo.
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