Mis vestidos han sido pocos, en verdad. O al menos, son pocos los que recuerdo.
De niña tuve uno blanco, que me compró la tía. Con muchos detalles, precioso.
El del casamiento me encantó diseñarlo.
Sabía exactamente cómo lo quería: color manteca, largo, con tajos bien hasta arriba y sin espalda, con una solapa que abrazaba el cuello.
Y hubo uno hindú, de verano, azul, finito y casi transparente, que —aunque de manga larga— hizo que te quedaras a pasar la noche.
Hace poco, uno azul con flores anaranjadas, corto, que prendimos fuego un día cualquiera.
Hace poco, uno azul con flores anaranjadas, corto, que prendimos fuego un día cualquiera.
Estos de hoy, de papel, tan perfectos en su reconstrucción y reflejo de una época, me hicieron viajar a los míos:
mi reconstrucción, mi reflejo.
Comentarios
Publicar un comentario