Yo tenía 12 o 13 años. Eran tiempos de una tele marcada por la dictadura.
Y entre series yanquis, dibujitos y novelas, apareció un día Los gozos y las sombras en canal 10.
Creo que no entendía mucho todo, pero me marcaron cosas.
Lo primero fue la lluvia. Tengo una tara con la lluvia, siempre me encantó, siempre me sedujo y me gusta(ba) empaparme.
Entonces ahí, en Galicia, llovía… y llovía lento, y llovía manso, y llovía hasta desesperar.
Mientras se esperaban, mientras luchaban o se resistían, mientras se miraban o se besaban. Siempre llovía.
Ambientada en una España de los 30, era fácil entender por qué la guerra llegaría.
La trama revelaba la lucha de clases, la diferencia abismal, las costumbres y usos que parecen tan distantes y son tan iguales, uf.
La necesidad de intentar ser justo sin morir en el intento.
La traición, la nobleza (como virtud, no como estamento), la credulidad (del amor, no de ingenuidad).
A él, Carlos Deza, anarquista y marginal, era a la vez irritante y tierno verle andar con tanta cautela ante una Clara hermosa, entera y enamorada.
No recuerdo más que escenas sueltas, la lentitud… y la lluvia.
Hoy murió Poncela, y la imagen de la lluvia y de ellos me acompaña desde la mañana.
No como metáfora de llanto, sino como corolario de un personaje que marcó a una niña, justo cuando empezaba a entender de qué iba la cabeza y el corazón de la gente, y por lo tanto, qué rumbo quería para el mío.
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