El pañuelo


Leyendo un artículo sobre Picasso, hace un tiempo me encontré con esta historia que transcribo y que me hizo acordar de ese mail inconcluso y borrado de meses atrás que pensaba mandarte.
El mail era algo relacionado con la deconstrucción. Pavadas mías… ya sabés, esas cosas que ato, como si fueran comparables, y sólo lo son en mi cabeza.

Hoy terminé de pintar el Guernica por primera vez, divino trabajo, y me acordé de ese texto.
Mientras leía sobre la obra, busqué el tomo de la enciclopedia de pintura de Pablo, para ir rearmando sus obras, tratando de ver cómo, en esa maraña de ojos, rayas, círculos y deformidades, estaban en realidad la mujer, el tiempo, la guerra y la luz…
Y me di cuenta de que con vos estaba haciendo lo mismo, te estaba deconstruyendo.

También buscaba, entre los sentimientos, silencios, rarezas y deseos, lo que había en realidad.
Me sentí bien al comprender que, en ninguno de los dos casos, vale quedarse sólo con lo que se ve, y que hay que arriesgarse a descubrir.
Contigo igual que con él, nunca sabés —ni importa— qué pasará.
Ni uno es el mismo después de cruzarse con él, o con vos.

La historia a la que hago mención es breve:
"Le entregó un pañuelo en el que aparecían escritos con tinta y bordados, de arriba hacia abajo y con pespuntes, nombres propios. Se alternaban allí nombres de hombres y mujeres por las que había circulado, como una suerte de genealogía erótica. Cada persona que lo recibía debía anotar su nombre detrás del último ya escrito y pasar el pañuelo al siguiente amante."

No sé si Picasso recibió ese pañuelo en realidad, ni si alguien sería capaz de leer los anteriores y dejar el suyo… pero me encantó.
Porque todos, alguna vez, aunque sea una vez, nos preguntamos cuál fue el anterior y cuál será el próximo nombre


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