A veces no hay cierres. Ni en las carteras, las palabras, los bolsillos o
las bocas.
Entonces, las cosas van cayendo en el vacío ante el más mínimo movimiento.
Algunas se caen, así de fácil. Otras ruedan y se esconden debajo de un asiento
o una mesa; y otras quedan suspendidas en el aire, quitando el aire.
Ocurre, por ejemplo, con los papeles, un día de viento, cuando van girando mientras uno inútilmente pretende alcanzarlos. Con las monedas que bajan de canto calle abajo hacia la boca de tormenta, o con las llaves que se escurren entre las manos como agua, a la velocidad de la luz.
Ni hablar de las trancas de nuestra cabeza y de los gestos que se desprenden sin aviso. O de la palabra, que se escapa por descuido y nadie sabe dónde llegará, y el silencio, que es el gran escapista de las bocas.
Uno siempre cree que llegará a tiempo: que si mete bien la mano atrapará el
llavero antes de que se caiga, o que si corre, la moneda no se escurrirá por el
desagüe. Que si se sostiene la lengua, no saldrá nada de ella. Que se dijo todo
a tiempo.
Pero casi siempre es un intento en vano. Con suerte, se podrá desandar el camino
para recoger lo que se fue perdiendo. Y aunque así fuera, y encontráramos algo,
nunca es todo, sino apenas unas pocas cosas, esas que se dejan alcanzar.
La mayoría de las veces, en cambio, las perdemos. Las cosas y las palabras se
pierden mudas.
Recién nos damos cuenta de la falta cuando queremos abrir la puerta con una
llave que no está, pagar el ómnibus con monedas inexistentes, o cuando retumban
en la cabeza los silencios.
Hay días, sin embargo, que, sin perder nada, aparecen cosas de otros en nuestras
carteras, bolsos y cabezas.
Descubrimos que otro yo de nosotros carga con cosas ajenas: llaves, risas,
consuelos, o papeles traídos por el viento que explican el silencio. Y también
lenguas de besos perdidos, palabras que nunca nos dijeron, o todas las nuestras
que le dimos, que supo tener y que, por andar sin cierres, dejó caer.
Lo que no cerramos deja caer cosas que hacen daño.
Nunca recuperamos todo lo que no debió haber caído. Y lo que encontramos de otros, seguro no nos pertenece ni era para nosotros.
Por eso, deberíamos
contar con cierres. Y es preferible cerrar.
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