Los colores primarios


 


Muchas veces le pongo colores y sonidos a las cosas, a las personas, a los momentos y a los sentimientos.
Un ejercicio que toma la PNL, una forma de sinestesia que se produce por la aparición de colores cuando se escucha un sonido o se evoca un lugar, y que ayuda a sentir que nada es sólo lo que parece —o al revés: para que lo sea—.

Descubrir este libro, “Los colores primarios”, un ensayo sobre el azul, el amarillo y el rojo, me recuerda una vez más la importancia de dimensionar.

En él, Theroux los describe en las cosas más diversas, y de un modo muy particular.
Como efemérides: por su presencia en la naturaleza, el arte, la ciencia, la influencia cultural o la subjetividad con que cada uno los procesa.
Y que lo haya hecho en tiempos sin internet —lo cual indica que tuvo que investigar hoja sobre papel— aumenta el valor.
Y encima, el ensayo se transforma en un viaje: es transitar.

De estos colores, entonces, describe:

Azul:
“Las colinas lejanas, los matasellos, las venas vistas a través de la piel, los glaciares, los cielos.
Colette, la novelista francesa, sólo escribía en papeles de color azul.
En la tradición esotérica china, el azul se asocia con la inmortalidad.
Las madres iraníes cosen abalorios azules en todas las prendas de sus niños para repeler a los espíritus malos.
El color del agua y de la Virgen.
Las cuerdas de la orquesta representan, en su conjunto, el color de la distancia.
A menudo los ojos de la gente vieja se ven de un azul velado.
Extrañamente, el azul es el único color que podemos sentir, con blues en la noche que connotan tristeza.
El sonido del dolor, esa ola azul.
Una naranja puede volverse azul cuando está mohosa.
El azul de las pinturas de Vermeer.
El azul lleva donde no hay ni puede haber final.”

Entre mis azules están los viajes, el primer beso, la decepción y la esperanza, mi inequívoca parte.


Amarillo:
“El color de la cobardía, del tercer premio, de la precaución, del tejido adiposo, de los escones y la miel, del halo de los santos, de los ómnibus escolares.
Representa la sabiduría, la iluminación, la intuición.
El grano maduro, la eternidad y las puertas del cielo.
También hay amarillo en el corazón del calor.
Scriabin, quien creía que las claves musicales implicaban equivalentes de color, pensaba que el Re mayor era amarillo…
De veras puedo visualizar la luz del sol en la Sonata en Re mayor de Bach, en la Polonesa de Wagner y varios cuartetos de Haydn.
El amarillo es color chino para la realeza y para la piedad en ópera.
El tercer chakra —uno de esos vórtices de energía situados a lo largo del plexo o eje del cuerpo, centro de poder personal, imagen de sí y emociones— es amarillo.
Las fotos viejas.
En la India, seis días antes de la boda, las novias suelen llevar vestidos amarillos en jirones para ahuyentar los malos espíritus.
Las páginas clasificadas de las guías, el llanto.
El aspecto maníaco de la locura, el pop, el bizcochuelo, el aceite de linaza que siempre oscurece tendiendo al amarillo.
Deseo y renunciación.
Sueños y decadencia.
La luz resplandeciente y la superficialidad.”

Entre mis cosas amarillas: la sonrisa plena de los hijos con la sorpresa o la complicidad, el clímax, el cigarro compartido y la música de Mateo.


Rojo:
“Es el más audaz de todos los colores.
Representa el sacrificio, el infierno, el amor, la juventud, el fervor, la vanagloria, el pecado y la expiación.
El primer color del recién nacido y el último que se ve antes de la muerte.
La mayor intensidad y el mayor poder de atracción.
La tumba de Lenin está construida en granito rojo.
Las cerezas al marrasquino, la langosta cocinada al vapor, el jarabe para la tos.
Beethoven tenía unas grandes y gruesas manos rojas.
Hay hasta risas rojas, y la Coca-Cola tiene un dejo rubí.
Las manzanas de Cézanne… una de las pocas cosas mencionadas en la famosa lista de la película Manhattan, que hacen que valga la pena vivir, según Woody Allen.
Los libros de Homero, Shakespeare, Dostoievski y Edgar Allan Poe.
El palco del Ford’s Theater donde Lincoln fue asesinado.
Aldebarán es una estrella entre roja y rosada, y Judas tenía los ojos rojos.
Las cabezas de los fósforos, el color contra el mal de ojo.
Cuando Dante vio a Beatrice por primera vez, llevaba un vestido carmesí.
El color del lápiz de labios en un pañuelo doblado, y el color de los besos.
La carne de todos los atunes es roja.
Los rojos infinitos de los vinos.
El rojo se niega a ser pacificado: ordena, reclama.
Parece exclusiva y enérgicamente masculino, audaz y objetivo, hasta que se descubre en él el inmenso mundo femenino que encierra.
Es el color de la excitación, la fuerza vital, el sexo y el fuego.”

Para mí, rojo son las noches de carnaval, los días que te extraño y ese pensamiento recurrente que se pega como sombra.

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